Científicos afirman que la escasez de pruebas para detectar COVID-19 alrededor del mundo ha comenzado a dificultar el seguimiento de la pandemia y, en consecuencia, la detección de nuevas variantes.
Investigadores confirman un descenso global en la realización de pruebas de entre el 70 y el 90% durante el primer y segundo trimestre del año.
“Necesitamos estar en condiciones de hacer más pruebas al ver la aparición de nuevas olas de contagios para saber lo que está pasando”, declara Krishna Udayakumar, directora del Centro Mundial de Innovaciones en la Salud de la Universidad de Duke.
Asimismo, expertos de la Universidad de Washington calculan que solo el 13% de los contagios son reportados a las autoridades sanitarias.
Además, científicos afirman la existencia de una fatiga con el COVID-19 tras la disminución de contagios luego de la primera ola de ómicron, así como la tendencia en sectores pobres de no realizarse pruebas debido al escaso acceso a medicinas antivirales.
Durante una sesión de la Organización Mundial de la Salud, el CEO de FIND, Bill Rodríguez, señala que las pruebas de detección se han convertido en la primera víctima de la decisión mundial de bajar la guardia y, en consecuencia, no se analiza la evolución del virus, debido a que las pruebas, la secuencia genómica y el estudio de los brotes permiten el hallazgo de nuevas variantes, así como conocer el progreso de la pandemia.
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