Carta abierta a las personas que este año se titularon
No se trata sólo de haber obtenido un papel que los avala como profesionistas, sino de haber conquistado una de las cumbres de la movilidad social en nuestro país
Cuando uno observa el mundo con atención y cómo se han ido desarrollando nuestras sociedades, hay algo que se vuelve evidente: la educación ha sido y sigue siendo la forma más poderosa —y una de las más justas— de transformar la vida de las personas. No lo digo de manera metafórica, sino como un hecho comprobado.
De acuerdo con datos del Banco Mundial y de la UNESCO, cada año adicional de educación formal incrementa potencialmente el ingreso promedio de una persona entre un 8 y un 10%; además, también se elevan significativamente las posibilidades de acceder a servicios de salud, seguridad social y vivienda digna.
A pesar de tener certezas sobre el papel de la educación en el desarrollo y la movilidad social, lo cierto es que, de acuerdo con datos del INEGI, podríamos decir que en México sólo una de cada cinco personas en edad adulta cuenta con estudios de educación superior.
Estos datos me permiten hacer hincapié en dos temas: el primero es que lo que logran los graduados de licenciatura y de posgrado sigue siendo algo verdaderamente digno de celebración no sólo para ellos mismos, sus universidades y sus familias, sino también para el país, porque —aunque sea pequeñito— con su egreso nos han ayudado a dar un paso en el arduo camino hacia la justicia social, la paz y el desarrollo que tanto anhelamos. Cada nuevo titulado en México contribuye a cambiar nuestro panorama, porque reduce las brechas de desigualdad y abre oportunidades directas e indirectas para quienes integramos la sociedad.
Lo segundo que deseo subrayar es que, precisamente por lo excepcional de su caso y por estarse integrando a una minoría que ha recibido este hermoso privilegio de la educación superior, los egresados adquieren una enorme e irrenunciable responsabilidad. Incluso aunque terminaran dedicándose a algo distinto de lo que fueron preparados, tener formación a este nivel se trata sobre todo de ser personas íntegras pero amables, pensantes pero humildes, críticas pero justas, rigurosas pero propositivas, ecuánimes pero siempre empáticas y humanas: ahí está el compromiso con su vocación y con el título que reciben.
Por eso, antes de mirar hacia adelante, vale la pena detenerse para dimensionar lo que significa haber llegado hasta aquí. No se trata sólo de haber obtenido un papel que los avala como profesionistas, sino de haber conquistado una de las cumbres de la movilidad social en nuestro país, con todo lo que ello implica.
Deseo que esta reflexión sirva para hacer conciencia de que cada titulado de licenciatura, ingeniería o posgrado, se incorpora a la sociedad con un nuevo papel que no sólo es un oficio o profesión, sino un deber: el compromiso de insertarse al mundo laboral, académico o social con ética, pensamiento crítico, empatía y espíritu de servicio.
Recuerden que en el origen de toda carrera o posgrado están las preguntas de ¿para qué sirve lo que hago? y ¿cómo puedo ayudar, aliviar o mejorar la vida de otras personas desde mi trabajo? La respuesta a esto definirá el tipo de egresados que serán.
El país que los espera —un país con enormes contrastes, pero también con enormes oportunidades— necesita profesionistas, académicos y artistas de una sola pieza, con el valor de hacer el bien y de actuar ahí donde el resto decide guardar silencio o levantar los hombros. México necesita, más que nunca, a personas capaces de poner su inteligencia al servicio del bien común.
Tener estudios superiores significa asumir el compromiso de multiplicar oportunidades para los demás, y mantener viva la fe en que la educación es una vía real hacia la justicia y la dignidad.
Muchas felicidades y mucho éxito en su camino profesional.
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