Días de radio, madrugadas de tevé

Agustín Morales

Agustín Morales

Gracias a las ocurrencias de don Henry Hertz, el inventor de las ondas marcianas, o algo así, es que ocurren estas cosas.

Está de más ponerme a hacer melancólicos recuerdos de los tiempos en que en la ciudad había cuatro estaciones de radio y dos repetidoras, intermitentes de televisión. Y ésta, ¡a blanco y negro!

A pasos más que acelerados, más rápido que yo y los de mi generación, lo que era ciencia ficción se convirtió en realidad: pantallas de ultradefinición, teléfonos llamados inteligentes (y dueños so brutos), paseos a la estratosfera para millonarios, teléfonos portátiles y demás cosas del chamuco. Con naturalidad, como si hubiéramos crecido con estos cacharros luciferinos, tomó el teléfono cuando ya veo Madrid perfilarse por la ventanilla, hago una conferencia con mi hijo, que está 15 mil pies debajo mío, sentado en no sé qué café, y hacemos previsiones: el aterrizaje, la llegada a la terminal, los trámites migratorios, la maleta… Quedamos para vernos en su apartamento a tales horas e ir a comer al lugar aquel donde, ¿te acuerdas?; Sí claro, ya nos vemos.

Pero eso no es el asunto, el asunto es que llevaba yo en una mochila de espalda, de piel negra, además de mi cartera, un libro, unas gafas de sol, y un ordenador portátil, un estudio completo de radio y televisión: un celular y tres pequeños micrófonos profesionales (de la estación, por supuesto), consistentes en una caja diminuta de carga y otra con unos pequeños cables y unos artilugios para eliminar el ruido. Tan lo eliminan, que pude grabar un programa junto a una banda de niños infernales y gritones, pegando berridos –ante la indiferencia de sus desatentos padres–, justo en la mesa de a lado, en un pequeño restaurante donde hice una entrevista, y a donde llegamos para refugiarnos de un pequeño diluvio.

Ya hace años que vi cómo una mujer japonesa, hacía lo que supuse una transmisión remota con un teléfono celular, justo en las afueras del Wrigley Field de Chicago, auxiliada por un micrófono entonces de mano, con un cubo de la cadena NHK.

Yo ya había hecho, hace dos décadas, algunos programas por la vía satelital, conectando cabinas aquí y en Barcelona, por medio de una línea digital que se rentaba a la telefónica de siempre, por una suma considerable de dinero.

Pero sentarte donde sea, colocar el teléfono en una pequeña bases y transmitir a lado del mundo, era una experiencia ignota para mí, y que se materializó cuando en XHBI, donde ahora hago mis peroratas nocturnas, accedieron a que siguiera con mi programa durante mi reciente viaje.

Desde cafés, en plazas y parques públicos, en la terraza de alguna oficina, frente al Guggenheim de Bilbao, en un bar de mala muerte en un pueblo perdido, frente a la Maestranza, junto a una piscina en Madrid, en un bar aéreo en Jerez, parado en un carro de un tren de alta velocidad… Allí donde había cualquier cosa donde poner el teléfono y un fondo decente, hacía segmentos del programa. Los enviaba a los productores y estos hacían la magia de hacer de esos fragmentos un programa.

Recibí, debo decirlo comentarios en general positivos; alguien hizo un elogio de lo profesional que se veía todo aquello (sin saber que alguna vez improvisé un estudio en una banca de piedra, caliente como un comal y bajo un sol justiciero); alguien más me dijo que había logrado transmitir la sensación de estar paseando por allí donde yo andaba. Alguien más hasta me recriminó mi regreso. Consiento, la verdad, que no es lo mismo transmitir con un río legendario saliendo al mar de fondo, que sentado en la silla de siempre.

Le dije que la cosa tenía remedio, como se lo he dicho a aquellos que dicen que la naturaleza de estos artículos es una, cuando estoy relatando un viaje, que cuando hablo de los tedios cotidianos y domésticos: muy fácil, si les gustan las cosas que hago cuando puedo viajar, pues a conseguirme patrocinadores y yo de mil amores transmito cuando quieran y gusten, lo mismo que desde las orillas del Ganges, la Costanera de Buenos Aires, en la Quinta Avenida, lo profundo de la Selva Negra o las nieves del Kilimanjaro. Juro por las heridas del Santo Job que yo estoy aquí para complacerlos.

Se oyen propuestas, que yo soy un hombre de corazón aventurero y medios, pues los justos.

Abur.

-

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

Cargando Minuto a Minuto...
Cargando Otras noticias...