El paro nacional de agricultores: El campo nos necesita, todas y todas necesitamos al campo

Dorismilda Flores-Márquez

Esta es una fuerte llamada de atención sobre el campo, que no siempre vemos, pero que sostiene al país

Dorismilda Flores-Márquez

Esta semana hubo un paro nacional de agricultores, que fue visible sobre todo a través de bloqueos carreteros en por lo menos 20 estados, entre los que destacan Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Colima, Sinaloa, Zacatecas, Tamaulipas, Sonora, Puebla y la Ciudad de México. Hubo muchas historias de gente que se quedó atorada en carretera, fuera en coche o en autobús. Incluso hubo comunicados de las líneas de autobuses, señalando que los recorridos de sus vehículos se estaban viendo interrumpidos. Hubo muchas quejas por las afectaciones, pero también hubo mucha empatía. Hubo gente que entendió que detrás de todo eso hay demandas legítimas. Y aquí entra una pregunta clave: si no hubieran cerrado carreteras, ¿los habríamos visto? Fue un modo de hacer evidente la crisis en el campo mexicano, que es una bomba de tiempo desde hace varios años.

En diversos medios de comunicación se ha informado que los productores agrícolas buscaban interlocución con el Gobierno Federal y sus demandas enfatizan la necesidad de un precio justo para sus cosechas, apoyo para inversión en tecnología, subsidios, políticas públicas adecuadas, así como excluir los granos básicos del T-MEC. También han circulado imágenes tristísimas de estos agricultores tirando al suelo sus productos, porque, según señalan, en estos tiempos es más lo que pierden que lo que ganan con ellos.

Esta es una fuerte llamada de atención sobre el campo, que no siempre vemos, pero que sostiene al país. Es una buena oportunidad para que reflexionemos sobre el origen de nuestra comida. Las frutas y verduras no llegan a nuestra mesa por arte de magia. Alguien sembró, cosechó, empacó, trasladó todo eso para que lo pudiéramos comprar en la frutería, la tiendita o el súper. Detrás de esos procesos, hay gente que trabaja y que, con mucha frecuencia, lo hace en condiciones muy precarias. ¿En algún punto nos preguntamos si a las y los agricultores que trabajaron les pagaron lo justo por sus productos? ¿Si lo que comemos es producto nacional o extranjero? ¿Si es o no producto de calidad?

Otra reflexión importante es el modo en que entendemos al campo. Si, desde hace muchas décadas, se comenzó a menospreciar la vida rural por la vida de la ciudad; si para muchas personas de campo, las oportunidades son más bien escasas, ¿qué esperábamos que ocurriera, que aceptaran resignadamente la situación? Alguna vez, un estudiante que venía de una zona rural, me dijo que en el rancho él tenía dos opciones: irse a Estados Unidos sin papeles o ser sicario. Por fortuna, a ese joven lo salvó una beca, pero su realidad no es muy diferente de la que enfrentan las y los jóvenes en el campo. Los lugares que son fuente de vida y nos dan el sustento son también lugares olvidados, donde crecen las desigualdades. Sobra decir que esto no es justo.

El campo necesita seguridad y justicia. Y, de este lado, todas y todos necesitamos al campo.

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