El peliagudo de Laszlo Lozla

Agustín Morales

Cuarenta años en esto del periodismo lo curan a uno de espanto; o deberían

Agustín Morales

Cuarenta años en esto del periodismo lo curan a uno de espanto; o deberían.

El asunto es que cuando dejé la primera línea en las trincheras de los sufridos informadores –y cuando pienso en informadores pienso en muy poca gente, que como ya dijo el cantor: no es lo mismo pero es igual–, decidí no meterme en cabeza de once varas y dejar las polémicas como parte de mi pasado.

Es por eso que mis creencias, mis preferencias políticas (de hecho no tengo y nunca tendré tal cosa como una preferencia en esos asuntos donde las opciones van de lo peor a lo más peor), mis filias y fobias me las guardo, como aquel prócer español, para comentarlas en la intimidad de mi hogar. Intimidad en la qué, por cierto, solo habitamos mi perro y yo. Sobra decir que el can no tiene el menor interés en mis opiniones sobre la 4T, la legislatura local, el asunto de Palestina y otros muchos y variados temas.

Visto lo visto, y luego de las desmesuradas reacciones que causó el hecho de que decidiera tener una mascota, que me hicieron pensar que en lugar de un perro hubiera traído a casa un dragón o un unicornio, tal vez sería el momento de aprovechar el momento político y regresar a las lides de voz de referencia de la comentocracia y la consabida todología.

Material no me falta: están allí los señores Monreal, el ídolo de la afición Adán Augusto, los jueces de la Tremenda Corte, la reforma a la Ley de Amparo… Sobre esta ley, por cierto, no entiendo ni la ele de ley, y poco podría decir –sin proferir un sonoro rebuzno–; lo que pasa que leo y escucho que muchos que entienden menos que yo se convirtieron, por obra de la solemne muina, en destacados constitucionalistas de quince para las tres.

El tema es que asuntos para tratar no me faltan, de Bush a los baches y socavones que tienen esta ciudad como una metrópoli (que es mucho decir) lunar; de la Nueva Escuela Mexicana a las espantosas imágenes de políticos con pretensiones que ensucian esta bella ciudad (que es también una terrible exageración), el asunto es que para paliar las reacciones furibundas que mi decisión perruna provocó, nada mejor que acudir al topicazo de los asuntos de everdad escandalosos, que lo son tanto, y tan frecuentes, que ya nos causaron acostumbramiento.

Ya más osado es que me metiera a comentarista cultural o retomara mis viejos hábitos de opinador taurino, no conozco a nadie con la piel más delgada (ni al académico Noroña, ni al mismísimo “No soy Andy” López Beltrán), que un poeta o un taurino: eso es si meterse a invocar a Yahvé en tierras de comanches.

Por cierto, y por si andaban con el pendiente, que parece que algunos sí, se volvieron a llevar a Laszlo Lozla (homónimo del famoso violinista que tocó para el marajá de Pocajú), pero ya no a darle su manita de gato, sino con una deshidratación extrema y un cuadro entérico que lo traía al borde de la extenuación.

La oportuna intervención de un diligente veterinario, cuyo nombre guardo para no meterlo en estos chismes, y los avances de la medicina perruna hicieron el resto, de tal manera que esta mañana, tras dos días en un sanatorio canino, ya lo tengo de vuelta, tan recuperado que me supongo que en vez de complejos vitaminosos le dieron uranio mezclado con plutonio.

Como sea, aclarado el punto y despejadas las recanijas interrogantes, a ver qué tema de esos de harta polémica me atrevo a tratar en mi próxima entrega semanal; si el duende del valor acude a mí, en una de esas hasta me atrevo con un tema tan delicado como el del futuro del nóbel futbolista Gilberto Mora o como aquel de capital interés de la precampaña de Paulo Martínez y sus dotes de genio de la estrategia electoral.

Ya entrados, igual hasta abordo el tema ese que está suscitando la atención mundial, que es el de la gastronomía aguascalentense –que me acabo de enterar que existe.

Abur.

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