Familias buscadoras
Las desapariciones de personas son una herida abierta en nuestro país.
Las desapariciones de personas son una herida abierta en nuestro país. En el marco del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, que se conmemoró ayer 30 de agosto, ha habido diversas actividades por parte de los colectivos de familias buscadoras, organizaciones defensoras de los derechos humanos, universidades, entre otras.
El lunes pasado asistí a una de estas actividades: el lanzamiento de ReDLab, el Laboratorio de Resistencias contra las Desapariciones en la Ibero León. Este proyecto busca articular esfuerzos de investigación, incidencia, difusión y más, para apoyar a las familias buscadoras en la grave crisis de desapariciones en Guanajuato y el Bajío, aunque se asume que esto se da en todo el país. En la jornada estuvieron presentes varios colectivos de familias buscadoras, activistas defensores de los derechos humanos, investigadores, docentes, estudiantes, así como autoridades estatales y municipales.
Hago este comentario con mucho respeto ante el dolor de las familias buscadoras. La tristeza que podamos sentir las y los demás no se acerca a la de ellas. Sin embargo, creo que quienes tenemos el micrófono tenemos también la responsabilidad de amplificar sus historias, para contribuir a visibilizar la crisis humanitaria que es.
Mi reflexión va en torno a dos puntos de los muchos que hay. Por un lado, es muy fuerte verles y escucharles, con la desesperanza y la impotencia a cuestas. Luego de una conferencia, más que preguntas, hubo comentarios. Las personas emplearon el momento para compartir breves reflexiones sobre sus historias. El testimonio de una mujer en el auditorio fue desgarrador, decía entre lágrimas que sabe de antemano que no va a encontrar vivo a su hijo. En la misma línea, un hombre dio un testimonio estremecedor también, dijo que primero desaparecieron a su hija; luego, en la búsqueda, mataron a su hijo; que él tuvo que dejar su tierra para salvar la vida; subrayó que no puede volver a su casa por las amenazas, pero también porque lo matarían los recuerdos. Así transcurre la vida de las familias de personas desaparecidas.
Por otro lado, es impresionante el modo en que han aprendido el lenguaje jurídico, legal, manejando con soltura la terminología especializada; también los elementos técnicos de los recursos de búsqueda, como varillas, drones, entre otros. Se trata de personas que tenían formación en otras áreas, o algunas incluso sin estudios, que han tenido que aprender sobre la marcha y en los colectivos de buscadoras, para hacerse cargo de aquello que es responsabilidad del Estado, pero en lo cual les han fallado una vez y otra vez y otra vez. Abundan los relatos de mujeres que tienen que peregrinar con fichas de búsqueda, que descubren la falta de articulación entre autoridades federales y estatales o entre diferentes entidades, que tienen que buscar con sus propias manos y encuentran los tesoros que las instancias oficiales no ven.
Ante todo ese dolor y todo ese trabajo, una se queda sin palabras. Recordemos que la Convención Internacional de la ONU para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas establece que "las familias de las personas desaparecidas tienen derecho a la verdad, a investigaciones efectivas, así como a buscar, recibir y difundir información, entre otros derechos. Aunado a ello, las familias deben disfrutar sus derechos económicos, sociales, de salud, de seguridad y a la vida". Esos derechos escritos no coinciden con lo que viven las familias. Por eso es importante seguir alzando la voz.
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