Fragilidad tecnológica y crisis postelectoral en Honduras

Hilda Hermosillo Hernández

Lo ocurrido en Honduras da una lección a todas las democracias contemporáneas

Hilda Hermosillo Hernández

Honduras encara un panorama complejo tras sus elecciones presidenciales. Fallas técnicas, acusaciones de fraude y un clima de desconfianza generalizada han nublado la voluntad popular. Los comicios se realizaron el pasado 30 de noviembre. 

El cargo fue disputado por cinco candidaturas encabezadas por el conservador Nasry Asfura y el centrista Salvador Nasralla, así como por Rixi Moncada, Nelson Ávila y Mario Rivera. Además de la presidencia del país centroamericano, se eligieron 128 diputaciones del Congreso Nacional, 20 diputaciones del Parlamento Centroamericano y 298 alcaldías, configurando una jornada de alta complejidad técnica y operativa.

El sistema de transmisión de resultados preliminares sufrió una serie interrupciones tras la jornada del domingo. Una vez restablecido, presentó inconsistencias en el 86.6 % de las actas, equivalente a más de 982 mil votos sin sustento biométrico, según la Fiscalía. La empresa proveedora sostiene que el sistema fue hackeado, por lo que el Ministerio Público abrió una investigación sobre las denuncias de intrusión, en las instalaciones del Consejo Nacional Electoral. La fragilidad tecnológica, sumada a la tardanza en ofrecer información verificable, amplificó el espacio para la especulación y los cuestionamientos a la legitimidad del proceso.

A ello se suma la estrecha diferencia entre los punteros: Asfura registra una ventaja estrecha sobre Nasralla, susceptible de modificarse con la revisión del 17 % de las papeletas que presentaron inconsistencias. Actores locales apuntan a la influencia de Estados Unidos y de Donald Trump como una constante durante el proceso, lo que añade un componente geopolítico que incrementa la tensión.

La sombra del fraude electoral persigue a Honduras desde 2017, cuando las elecciones presidenciales estuvieron marcadas por irregularidades en el conteo de votos. Ese antecedente condiciona la recepción pública de los resultados actuales.

Lo ocurrido en Honduras da una lección a todas las democracias contemporáneas: el desarrollo tecnológico es pilar de los procesos electorales. Su ausencia —o su vulnerabilidad— abre grietas por donde se cuelan la desinformación, la injerencia externa y las narrativas de fraude. Hoy, más que nunca, la legitimidad democrática depende de instituciones capaces de integrar tecnología segura, auditable y transparente. Sin ese recurso, el voto corre el riesgo de convertirse en rehén de la incertidumbre. 

Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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