La lección de Venezuela: cambio o ruina

Otto Granados

Desde 1999, ese país perdió la libertad, se convirtió en una dictadura y es el segundo país más pobre de América Latina donde 9 de cada 10 personas viven en pobreza.

Otto Granados

Venezuela está a unos 4 mil kilómetros de Aguascalientes. Casi no hay relaciones comerciales ni de inversión recíprocas. Parece que hay unas mil personas de ese país que viven en Aguascalientes, pero no se tiene una cifra exacta. 

En suma, no hay muchas razones por las cuales debiéramos poner atención a lo que sucede en Venezuela, excepto por una y quizá la más importante: desde 1999 y a través de las dictaduras de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, ese país, que fue una de las economías más importantes, el cuarto país más rico del mundo y superaba en los años cincuenta a naciones como Japón y China en riqueza por habitante, perdió la libertad, se convirtió en una dictadura, es el segundo país más pobre de América Latina donde 9 de cada 10 personas viven en pobreza, y casi el 30 por ciento de su población, es decir, unos 9 millones de personas han salido huyendo de la represión, las torturas, los secuestros, los asesinatos y la pobreza ejercidas sistemáticamente por esos gobiernos contra su propia población.

¿Qué tiene que ver todo esto con un estado minúsculo como Aguascalientes ubicado a miles de kilómetros de distancia? Pues que más allá de los tres mil pesitos mensuales, las becas o las pensiones que graciosamente reparten los gobiernos de Morena con el dinero de otros, o sea de quienes pagan impuestos, todo eso se va a acabar si México sigue atrapado en la ineptitud, en la incompetencia y en la corrupción con que esos gobiernos se han conducido en los últimos siete años. 

Véanse los datos: la economía no crece; los nuevos empleos son pocos, informales y de baja calidad; la educación y la salud van en picada; hay más de 121 mil desaparecidos; el crimen organizado sigue campante y pronto no habrá dinero para pagar los apoyos  sencillamente porque si no hay crecimiento no hay impuestos y si no hay impuestos no habrá de donde sacarlo. Alguien puede decir: ¿y a mi qué me importan la democracia y las libertades mientras siga recibiendo mis pesitos? Exactamente eso mismo decían los venezolanos en tiempos de Chávez y de Maduro, y ya se ve en lo que ha terminado.

Algunos habrán visto en las noticias del miércoles 10 de diciembre que le fue concedido el Premio Nobel de la Paz a la principal líder opositora venezolana, María Corina Machado, y en su discurso dijo lo siguiente: “Desde 1999, el gobierno se dedicó a desmantelar la democracia: violó la Constitución, falsificó la historia, corrompió a las Fuerzas Armadas, purgó a los jueces independientes, censuró a la prensa, manipuló las elecciones, y persiguió a la disidencia. La riqueza petrolera se usó para someter. Se repartieron lavadoras y refrigeradores a familias que vivían sobre pisos de tierra y no tenían electricidad no como símbolo de progreso, sino como espectáculo. Y entonces llegó la ruina: una corrupción obscena, un saqueo histórico”. Si algo de todo esto suena parecido a lo que pasa en México no es mera coincidencia sino una dramática y cruel realidad.

No es casualidad que, con Morena, México haya sido uno de los pocos gobiernos que no se han atrevido a denunciar la situación en Venezuela, ni a reconocer las elecciones presidenciales donde ganó la oposición el año pasado. La razón es muy sencilla: política y moralmente ambos regímenes se parecen más cada vez. Corresponde ahora a cada ciudadano mexicano cobrar conciencia de esa realidad, levantar la voz y hacer lo necesario para cambiar las cosas o bien esperar hasta que, como en Venezuela, llegue la ruina.

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