Las contradicciones de lo mexicano
Mañana escucharemos el grito de la Independencia, mientras hay heridas abiertas y mientras otros gritos se ahogan.
Hace muchos años leí el libro Impecable y diamantina: La deconstrucción del discurso nacional, de José Manuel Valenzuela Arce. Lo leí en algún septiembre y me resultó muy significativo. Si recuerdan la expresión “impecable y diamantina” es porque viene de “La suave patria”, el poema de Ramón López Velarde; pero Valenzuela no replica la idea de una patria perfecta, sino de una llena de contradicciones. En ese sentido, abordó los modos en que se construyó el discurso nacional en México y se transformó principalmente en las dos últimas décadas del siglo XX, que estamos hablando de un libro publicado en 1999. Este autor centró el interés en “la manera en que los grupos sociales retoman, apropian, recrean o resisten los referentes identitarios”.
Valenzuela planteó que, con la Conquista, hubo una integración abrupta de los latinoamericanos en las lógicas europeas del Estado-nación. La nación se constituyó como narrativa y como estructura de poder y subordinación. Tenemos una nación cuyo discurso exalta las raíces indígenas, pero se comporta como si no existieran. Se piensa en la Independencia como referente fundacional, pero se produjo, desde entonces, cierto desdén por lo indígena. Posteriormente, la Revolución expulsó del poder a los terratenientes y encumbró a la burguesía, de modo que los pobres y los indígenas —que en muchísimos casos eran los mismos— continuaron siendo relegados del proyecto nacional.
Además de los indígenas, decía Valenzuela en Impecable y diamantina, las mujeres han sido otra presencia ausente en el proyecto nacional, ya que “el discurso patriótico se conformó desde el campo de la masculinidad”. Y aquí hay otras contradicciones, porque en el discurso hay dos grandes referentes femeninos en la cultura mexicana: la Malinche y la Guadalupana. A la vez, los derechos, como el voto, fueron negados para las mujeres. Frente a eso, en toda la historia ha habido una búsqueda de participación política, de reconocimiento de los derechos y de presencia. Todas estas ausencias, de algún modo, se visibilizaron en la insurrección zapatista, que cuestionó el proyecto nacional y reclamó “Nunca más un México sin nosotros”.
Muchas cosas han pasado en los 26 años posteriores a la publicación de Impecable y diamantina. En los años recientes, el proyecto político de la 4T ha enfocado el discurso hacia los pobres y los indígenas, están en los programas sociales e incluso en acciones simbólicas como la que vimos hace algunos días en la toma de protesta de ministras y ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación —que es otro poder, pero se conecta—. Desde mi perspectiva, nada de eso es suficiente, mientras las personas pobres o indígenas sigan siendo víctimas de la violencia, el desplazamiento forzado, discriminación y más, que hay muchos pendientes.
Sobre todo, veo una deuda enorme con las mujeres. Seguimos conservando a la Guadalupana y la Malinche y ahora, además, podemos decir que tenemos la primera presidenta de la república. Sin embargo, desde el sexenio pasado, la oposición seria no estaba en los partidos, sino en el movimiento feminista y en las madres buscadoras. Mañana escucharemos el grito de la Independencia, mientras hay heridas abiertas y mientras otros gritos se ahogan.
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