Las tres verdades del país

Nadine Cortés

Porque en un país donde todos gritan que tienen razón, la única verdad que vale es la que cada ciudadano forma con honestidad

Nadine Cortés

En México acaba de pasar algo que nadie quiere decir en voz alta, pero que todos sentimos: las marchas no dividieron al país… lo exhibieron.

Exhibieron cómo el gobierno, la oposición y la ciudadanía viven tres verdades totalmente distintas, como si no estuviéramos hablando del mismo país.

La primera verdad es la del gobierno: Bastó una mañanera para verlo: la presidenta dijo que las protestas “no le quitan fuerza”, que los jóvenes fueron manipulados, que la inconformidad es exageración.

Esa es su interpretación: si algo incomoda, es porque alguien lo movió. Si miles salen, es porque alguien los usó. Una verdad construida para no escuchar. Una verdad que protege al poder, no al país.

La segunda verdad es la de la oposición: El mismo día de la marcha, varios políticos hicieron fila para colgarse del movimiento. Quisieron convertir un reclamo ciudadano en su bandera personal. Para ellos, la marcha no fue un mensaje: fue una oportunidad. Otra verdad acomodada: la de quienes creen que cualquier enojo social les pertenece.

Y luego está la verdad que nadie recoge: la de la gente. La de quienes viven la inseguridad, la extorsión, los precios que no aflojan. La de quienes salieron no por un partido, sino por miedo. La de quienes no marcharon, pero sienten que algo está profundamente mal.

La ciudadanía no vio manipulación, ni vio una victoria partidista. Vio un país que está pidiendo ayuda. Una verdad que no necesita micrófono porque se respira en la calle.

Estas tres verdades chocan porque no hablan de lo mismo. El gobierno acomoda la suya para sostenerse. La oposición acomoda la propia para sobrevivir políticamente. La ciudadanía acomoda la suya para entender qué está pasando.

Y aquí está el punto incómodo: ninguna de esas verdades es completa.

Son interpretaciones.

Lecturas de un mismo hecho desde posiciones distintas.

Los griegos ya lo habían dicho: cada quien mide la realidad desde donde está.

Nietzsche lo repitió siglos después: toda verdad es interpretación.

Y Arendt nos advirtió que, cuando el poder acomoda los hechos, lo primero que se rompe es la confianza.

Eso vivimos hoy.

No es una crisis de información.

Es una crisis de criterio.

Por eso, más que elegir entre la verdad del gobierno o la de la oposición, hoy necesitamos lo más difícil: la verdad que nace de comparar, no de obedecer. La verdad que se construye, no que se repite. La verdad que no teme reconocer matices.

Porque en un país donde todos gritan que tienen razón, la única verdad que vale es la que cada ciudadano forma con honestidad.

Esa verdad —la que se piensa, no la que se impone— es la única que puede ordenar este país.

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Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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