Palestina: ochenta años después del “nunca más”
Ochenta años después, la historia nos pregunta: ¿qué estamos haciendo realmente para honrar aquel “nunca más”?
Hace ochenta años, la humanidad se miró al espejo después del horror del Holocausto. Juramos no repetir. Juramos que nunca más veríamos pueblos enteros condenados por su origen, niños hambrientos en guetos, familias obligadas al destierro. Nació la ONU como un pacto de esperanza: proteger la dignidad humana, evitar nuevas guerras, asegurar que el dolor de una generación se convirtiera en lección para todas las siguientes.
Hoy, ochenta años después, vivimos un genocidio televisado. Y, sin embargo, el mundo parece distraído. Compartimos un post, levantamos la ceja ante una noticia, pero seguimos con lo nuestro. Es más cómodo no mirar de frente.
Palestina nos confronta con esa contradicción. Durante más de siete décadas, el grito “Palestina libre” ha sido relegado al margen. Hoy resurge, más fuerte, porque no se trata solo de un pueblo: se trata de la memoria de todos.
Más de 157 países reconocen ya al Estado palestino. En los últimos meses, países europeos que durante décadas guardaron silencio —Francia, Bélgica, Luxemburgo— rompieron la cautela. El mundo se mueve, tarde, pero se mueve. ¿Por qué ahora? Porque las imágenes de Gaza ya no son rumores: son niños muertos en la palma de nuestra mano. Porque la coherencia se resquebraja: ¿cómo defender con ardor a Ucrania y callar frente a Palestina? Porque el orden internacional cambia: Estados Unidos ya no puede bloquear solo lo que no quiere ver, y el Sur Global exige voz en la Corte Internacional de Justicia.
Lo que vemos no es solo política exterior. Es el espejo de nuestras rutinas. De las veces en que decidimos no hablar de lo incómodo, de cuando pensamos que un tuit era suficiente, de cuando la conciencia nos pesó apenas lo justo para no sentirnos culpables, pero no lo suficiente para actuar.
La pregunta no es si Palestina será libre.
La pregunta es qué nos pasó como humanidad para que, ochenta años después de decir “nunca más”, miremos con indiferencia un “otra vez” en directo, en alta definición.
El grito de Palestina nos alcanza no solo por lo que dice de ellos, sino por lo que dice de nosotros. De la fragilidad de nuestras promesas, de la debilidad de nuestra memoria, de la distancia entre las palabras solemnes de los mandatarios y el silencio de quienes prefieren no incomodar.
Ochenta años después, la historia nos pregunta: ¿qué estamos haciendo realmente para honrar aquel “nunca más”?
¿De qué lado de la memoria vamos a quedar?
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