Pónganse a jalar
El país parece atrapado en un presente donde la política se ha vuelto un oficio de futurólogos
Hay frases que, sin proponérselo, terminan retratando un país entero. Una de ellas fue aquella que Samuel García pronunció con su habitual desparpajo: “Pónganse a jalar.” La dijo al aire, sin solemnidad, pero con un filo que aún resuena. Porque detrás de la ironía se esconde una verdad incómoda: en México sobran discursos y faltan hechos.
El país parece atrapado en un presente donde la política se ha vuelto un oficio de futurólogos. Aguascalientes no es la excepción. Aquí también hay políticos que viven más atentos a los calendarios electorales que a las agendas legislativas, más ocupados en medir encuestas que en medir consecuencias. Apenas se sientan en el curul y ya piensan en el siguiente cargo. Apenas aprueban un presupuesto y ya planean cómo contarlo, no cómo aplicarlo.
Mientras tanto, los temas que sí importan —la seguridad, el agua, la vivienda, el transporte, la salud— quedan relegados a los discursos de ocasión. La ciudadanía escucha promesas sobre el país del mañana, mientras el país de hoy sigue esperando.
Lo paradójico es que todavía hay quienes sí trabajan. Funcionarios que asumen el servicio público con seriedad, que gobiernan o legislan con un sentido ético del tiempo: el de resolver lo urgente antes de pensar en lo siguiente. Son pocos, pero existen. Y se nota. Porque los hechos no necesitan propaganda: se reconocen solos, en la coherencia de las decisiones y en la continuidad de los resultados.
La política mexicana, sin embargo, parece obsesionada con el espejo. El cargo se convierte en una pasarela y el trabajo, en una estrategia de posicionamiento. La figura pública pesa más que la responsabilidad pública. Los votos futuros pesan más que la confianza presente.
No es que aspirar sea un error. Aspirar es legítimo; lo ilegítimo es olvidar por qué se llegó. Quien usa el poder como trampolín termina vaciándolo de propósito. Gobernar no es narrarse a sí mismo, como legislar no es improvisar ocurrencias ni firmar iniciativas que no nacen de la realidad de la gente. Ambos requieren oficio, paciencia y una humildad rara en tiempos de inmediatez: la de escuchar antes de hablar.
Por eso, más que una grosería, “pónganse a jalar” suena hoy a súplica colectiva. A una exigencia disfrazada de broma. No se cobra para planear la siguiente jugada, sino para cumplir con la actual. No se legisla para los titulares, sino para las personas. No se gobierna para las encuestas, sino para la historia.
Aguascalientes, como el país entero, no necesita más políticos que hablen de futuro: necesita representantes que comprendan el presente. Que legislen para quienes madrugan, que gobiernen para quienes no tienen tiempo de especular, que recuerden que el verdadero poder no se mide en votos, sino en resultados tangibles.
Se dice que hay políticos que tocan las puertas y nunca vuelven, y a veces su voz suena lejana. Pero los que de verdad están presentes no necesitan anunciar lo que viene: saben que nunca se fueron. Que su trabajo está en las calles, en los barrios, en la gente que los reconoce no por sus promesas, sino por su constancia.
Y quizá ahí radique el fondo de todo: en recordar que el servicio público, cuando se ejerce con propósito, no requiere escenario. Solo trabajo. O, dicho con la claridad del norte, y con la urgencia de todo un país cansado de esperar: pónganse a jalar.
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