Cuentan que hace décadas, Henry Kissinger, el legendario consejero de los presidentes norteamericanos, decía que le era muy complicado dialogar y negociar con Europa porque era un grupo de países tan disperso que no sabía qué número telefónico debía marcar.
Algo así está sucediendo en México y es sumamente preocupante para la estabilidad y la seguridad nacional del país.
En teoría, cuando uno mira el mapa de quienes gobiernan parece que hay una titular del Ejecutivo federal y 32 encargados de la ciudad de México y los gobiernos estatales. Pero la realidad, que siempre es más tozuda, necia y cruel de lo que se imaginan los políticos, sobre si todo si son novatos como ahora, es mucho más compleja y enredada. Y podría decirse que hoy, en México, son muchos los poderes que gobiernan y por tanto nadie manda a cabalidad. Veamos seis esferas de poder, de esa constelación que la ciencia política define como “policracia”, es decir, poderes claramente distribuidos entre muchos.
El primero, desde luego, es quien tiene la responsabilidad formal, que es la presidenta de la República. Pero su parcela está muy acotada porque hay otros poderes formales e informales que controlan sus pequeños o grandes territorios, atribuciones o facultades, muchos de ellos incrustados en la administración pública federal y/o en posiciones muy importantes y lucrativas como Pemex, la CFE, y otras más. Frente a esa constelación, la presidenta parece a veces más como solista que como director de orquesta.
El segundo gobierno es el partido oficial que es más bien un grupúsculo de intereses, facciones, codicia y traiciones, y que parece una hidra, es decir, la mitológica serpiente con múltiples cabezas que anidan en las cámaras de diputados y senadores, en donde cada quien lucra con todo lo que se deja. Morena no es un partido orgánico o una representación de clases, en el sentido tradicional. Es muchedumbre más que organización. Por tanto, se muestra como una combinación variopinta de oportunismo, militancia y transfuguismo, donde cada quien gestiona sus propias filias, fobias e intereses como mejor le acomoda.
El tercer gobierno, igualmente muy pulverizado, es el de la delincuencia organizada. El año pasado, el gobierno de EEUU calculó que ésta controla un tercio del territorio nacional, y dentro de ese espacio hay una enorme variedad de grupos, carteles, bandas y organizaciones que se cuentan por docenas, que compiten entre sí y se disputan los negocios unos contra otros de una manera crecientemente violenta, y donde propiamente no hay más ley que la de ellos.
Un cuarto gobierno lo integran militares, marinos y guardias nacionales entre los cuales hay una disciplina más aparente que real porque no obedecen al mando civil sino a sus propios mandos y códigos internos, y como algunas porciones de esos cuerpos están posiblemente coludidos con la delincuencia, entonces sirven a varios amos a la vez, los propios y los externos, lo cual, por mera sobrevivencia, les da cierto blindaje por algún tiempo.
El siguiente gobierno son, a su vez, los gobernadores y las gobernadoras estatales, 17 de los cuales salen en 2027, y hoy por hoy están mucho más que ocupados y preocupados en proteger su salida y en tratar de asegurarse que no los metan a la cárcel al día siguiente de que concluyan sus mandatos. Este es un colectivo cuyas lealtades no están ni con la ley ni con la presidenta ni con los partidos a que pertenecen, sino única y exclusivamente con su propia seguridad física, patrimonial y legal.
Y el último factor de poder y de gobierno, y tal vez el más robusto, son los Estados Unidos y lo constituyen las agencias encargadas del combate a las drogas, del comercio binacional, de la migración y de todos los temas críticos entre ambos países. En eso, como hemos visto, la última palabra la tiene y la tendrá la Casa Blanca, le guste o no guste al gobierno mexicano.
En suma volvamos a la pregunta inicial: ¿quién gobierna en México? Por ahora son muchos los poderes y eso es sumamente peligroso.
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