Con el agua no se juega

Otto Granados

La solución integral y sostenible a este problema tomará tiempo y será largo

Otto Granados

Hace ya unas tres décadas, el antiguo vicepresidente del Banco Mundial, Ismail Serageldin, afirmó que, aunque las guerras del siglo XX giraban en torno al petróleo, las del siglo XXI serían sobre el agua. Esta predicción puso de manifiesto la creciente tensión geopolítica y el riesgo de conflicto asociados a la creciente crisis global del agua. Bueno, año tras año hemos visto que el pronóstico ha cobrado realidad y que, junto con los problemas derivados de la mala gestión pública y privada y de las amenazas a la sostenibilidad ambiental, es el desafío más grave que afrontan los países, los estados y las ciudades en muchas partes del mundo y que ahora, con una nueva ley nacional de aguas, nos ha estallado en plena cara.

Desde luego que lo más visible han sido las manifestaciones, tomas de carreteras y las declaraciones de medio mundo, pero poco de eso ha contribuido a entender el problema. Vamos a tratar de explicarlo de manera didáctica con el caso de Aguascalientes.

Para empezar el estrés hídrico es un fenómeno imparable. Dos firmas globales -HR y Standard & Poors- publicaron sendos análisis en 2023 y 2024 y sus conclusiones anticipaban una tragedia en toda regla. De los casi 1390 millones de kilómetros cúbicos de agua que se calculan a nivel global, 97.5% se encuentran en océanos y mares en forma de agua salada. El otro 2.5% del agua es dulce y únicamente el 0.3% se encuentra en ríos y lagos, que es el agua disponible para uso humano; el resto se encuentra en glaciares, casquetes polares y depósitos subterráneos.  Entre 178 países, México ocupó el lugar número 139 en estrés hídrico ocasionado por el crecimiento demográfico, el cambio climático, el uso agrícola, la contaminación del agua, la sobreexplotación de acuíferos y, por supuesto, las deficiencias en la gestión del agua por parte de los gobiernos. Todo esto explica por qué en México las sequías se observan por periodos más prolongados y en intensidades más severas. 

En el caso de Aguascalientes, de  acuerdo con Aquastat y con los monitoreos habituales de la sequía,  en 2016 ninguno de los 11 municipios clasificaba dentro de las 6 categorías de sequía existentes -desde “anormalmente seco” hasta la sequía “excepcional”, que es la más grave- pero ocho años después todos padecen algún tipo de sequía, y para mayo de 2025 el 88% del estado se encontraba en alguna de esas categorías. Esto quiere decir que Aguascalientes se ubica entre los cinco estados con mayor estrés hídrico, o en otras palabras con mayor escasez de agua en el país.

Y aquí viene la cuestión central: el sector agrícola y ganadero de Aguascalientes produce, con cifras del 2025, solamente 3.3 por ciento del producto interno bruto, es decir, de lo que genera la economía estatal el campo solo produce 3 pesos con 30 centavos, pero, y este es el gran pero, se lleva más del 70 por ciento del agua disponible sobre todo la parte agrícola.  Entonces viene la pregunta del millón ¿por qué se lleva tanta agua si produce tan poco?

Ese es aparentemente el centro de la nueva Ley de Aguas: corregir ineficiencias y desperdicios en el uso agrícola y ganadero del agua, muchas de ellas con la colusión de funcionarios, combatir el acaparamiento y la corrupción de quienes tienen concesiones de agua para el sector agrícola, o de quienes trafican con ellas en forma de pipas o las orientan hacia desarrollos inmobiliarios o bien a través de la transmisión de concesiones entre particulares.

La solución integral y sostenible a este problema tomará tiempo y será largo, pero por lo pronto todos los actores -llámese productores, funcionarios estatales, cámaras empresariales y vividores- deben decir las cosas como son, abandonar la demagogia y las mentiras, y asegurar la disponibilidad del agua para las comunidades humanas.

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Las ideas aquí expresadas pertenecen solo a su autor, binoticias.com las incluye en apoyo a la libertad de expresión.

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